Un pueblo gris y antiguo; un bosque; una niña que salta en lugar de andar; una mujer con sueños rotos que es presa de sus propias rutinas; un hombre saturado de ira que año tras año organiza un torneo de póker para sentir y dejar sentir su poder sobre los demás; un César Aira impostor; tres simuladores de oficio que se enfundan en la piel de tres promotores de poesía; dos fechas trágicas, un romance inusual, abundante misterio…Son estos algunos de los elementos que Edgar Borges propone y a la vez mueve hábilmente, como fichas de ajedrez, para componer una novela extraña, sugerente, cargada de tensiones y posibilidades.La historia que nos cuenta La niña del salto es una especie de poema épico que se desarrolla en la villa asturiana de Santa Eulalia de Cabranes —o Santolaya, como oficialmente se la conoce en asturiano—, ¿pero realmente es allí donde acontecen los hechos o se trata quizá de un lugar distinto aunque parecido en un universo paralelo? ¿O acaso lo narrado no es más que la ebullición de uno de los tantos universos que pueden coexistir en la cabeza de un ser humano?