No sé si sabra Vd. que yo también me he metido a escribir una novela [...] Creo que empieza demasiada gente a escribir novelas, y al pensar, de repente, que yo también voy a prevaricar me dan escalofríos. [...] No me reconozco más condiciones que un poco de juicio y alguna observación para cierta clase de fenómenos sociales y psicológicos, algún que otro rasgo pasable en lo cómico, un poco de escrúpulo en la gramática...y nada más. Me veo pesado, frío, desabrido...y en fin, ha sido una tontería meterme a escribir novelas. ¿Con qué cara voy a insultar en adelante a los demás?.
Así refería Leopoldo Alas "Clarín" a su amigo Galdós en 1884, los pormenores de su obra en curso.
Es posible que lo de Clarín sea falsa modestia, porque de lo anterior, no me creo nada. En esta obra ambientada en Vestuta (trasunto de Oviedo) a finales del siglo XIX, Clarín, con escasos mimbres, con una historia propia del folletín, donde una joven casada con un hombre mayor que está más pendiente de la caza que de satisfacer a su esposa, se ve pretendida por un Don Juan y por un canónigo, El Magistral, y ella, la pobre Ana Ozores, sufre lo indecible, al debatirse su corazón en un mar de dudas y turbulencias que la propulsionan al misticismo, luego al desencanto, a la soledad, a la tristeza insaciable, al florecimiento y finalmente a la resurrección, propia de un cuento.
En esta historia, decía, Clarín demuestra un conocimiento exacto y preciso de las pulsiones humanas, ya sean la ira, la envidia, la lujuria, la piedad, el encono, la amistad, todo aquello que nos caracteriza y nos alimenta, aquello que nos hace humanos, aquello que es nuestra cara y a menudo nuestra cruz, porque el libro, en sus más de 700 páginas no es mas que un ejercicio de introspección, de desmadejar el alma humana, de ir tirando de distintos cordeles, de darle muchas vueltas a lo mismo (con una capacidad de sugerir y de evocar sobresaliente, en donde lo pornográfico (tan en boga hoy) da paso a lo sensual, a lo oculto y velado, de tal modo, que la potencia erótica de la novela se cifra y quintaesencia en algo tan casto como los pies desnudos de una mujer en procesión), como el cuadro que precisa varias capas para alcanzar la perfección y así obra Clarín con su personaje primordial, con Ana Ozores, un personaje memorable, donde es imposible no comulgar con su exaltación, sus desvelos, sus apetitos, su sed, su desconsuelo, su injusticia, su adulterio, su infelicidad.
Algunas novelas parecen infinitas, no porque lo sean, sino porque las queremos pensar así. Algunas novelas las leemos, otras las habitamos y algo nuestro se queda en ellas, y quizás así llegan a ser inmortales, y pasan los siglos y siguen siendo modernas, y si no encontramos las respuestas, sí encontramos en ellas las mismas preguntas que el ser humano se viene formulando desde que tuvo uso de razón, esas preguntas que tienen que ver con aquello que nos impele, que nos nutre: el amor. Un amor tormentoso, imposible, arduo, proscrito, en el caso de la Regenta.
Un anhelo, un deseo, de amar y de vivir. Un empeño necesario.
Decía Gombrowicz que su aspiración no era otra que la voluntad de ser uno mismo, a pesar del conocimiento de que eran los demás quienes nos crean. Y en el caso de La Regenta quienes nos destruyen, porque son los otros quienes como constata brutalmente Ana, nos alegran, entristecen, colman de infelicidad o desbaratan nuestras existencias, ante la imposibilidad de ser una isla, de ser uno mismo, para acabar triturada su alma en la tolva que es Vetusta y sus gentes.
Una novela ésta de Clarín, Magistral, donde estas palabras, son poco más que un apunte. Todo aquel que está dispuesto a dedicar algo de su tiempo a lectura debe pasar por La Regenta.
Si accedéis a leer la novela, como colofón recomiendo leer el enjundioso prólogo que Javier Pastor escribió para la edición de Mondadori, del cual es la cita inicial.
hace 8 años
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