Parece imposible que una madre no quiera a sus hijos y que no sienta predilección por uno de ellos, y algo supo la Granada mora de esos amores reñidos. Sin embargo, el ojito derecho de la ciudad no fue otro que Yusuf ibn Nasr, el caudillo que dio origen y nombre a las dinastía nazarí (nasrí). Antonio Gala logra que Granada hable sobre sí misma y narre sus desvelos por los musulmanes, su aprecio por los comerciantes catalanes e italianos y su desprecio por los cristianos. Aquellos no eran sus descendientes, sino intrusos nacidos de un extraño romance entre Castilla y la Reconquista, hijos impuestos por las armas y el devenir de la historia. La apuesta de Gala es arriesgada. Presenta a una Granada que ama y odia, y acaba trasmitiendo al lector su afecto y antipatía por los miembros de una familia sui géneris. GRANADA DE LOS NAZARÍES no es una historia de buenos y malos, pero se le parece, y es que Gala, poeta por los cuatro costados, respeta los acontecimientos pasados pero no duda en enamorarse de quien le da la gana. En el primero y último de los tres apartados que dividen el libro, emergen la gente llana, la calle, la casa y los baños, el arte y las costumbres, acercando al lector a una vida ya marchita. En el segundo apartado, la sangre brota a través de los surtidores de la Alhambra. Se suceden las traiciones, los pactos con Marruecos, las guerras con Castilla, las dudas de Aragón, la corrupción de los nazaríes y la rendición definitiva; es, sin duda, el más arduo para los lectores que no amen la Historia.

Se trata de una obra de la historia de la Granada nazarí pero que muy exahustivo, hay que hacerle incapié para terminarlo.