Como el bosque en la noche nos adentra en una geografía mítica, la vieja Navarra, cuna de la cultura vasca, donde un pequeño pueblo fronterizo con Francia, Etxalar, se convierte en escenario de una serie de crímenes que resucitarán todos los viejos demonios de la comarca. Los aquelarres de Zugarramurdi quedan a un tiro de piedra, en Yanci se venera a un San Juan Xar –San Juan el Viejo-, que recuerda más al Basajaun de las leyendas ancestrales, y Akerbeltz –el carnero negro, emblema del diablo-, preside rituales de los que solo se habla entre susurros. Fue a la sombra de sus hayedos donde Orson Welles rodó escenas muy significativas de Campanadas a Medianoche, y también donde Merimée arraigó las peripecias de su Carmen, la gitana de Etxalar. La novela comienza precisamente con la llegada de Welles al pueblo, en 1964, a la que seguirá la de un escritor muy cosmopolita fascinado por el aura de aquella mujer fatal. Las hermanas Echegaray tienen un poco de todo eso. Son descendientes de una bruja particularmente temible -Laverna la Bella-, viven retiradas en una casona cuyo nombre rinde un homenaje a la de Patricia Highsmith –Belle Ombre-, y, ciertamente, su existencia es un tormento atemperado por su devoción hacia Luis Mariano, el Rey de la Opereta. Nines, la menor de las hermanas, mata accidentalmente a un inocente. Cree haberlo hecho sin testigos. Pero, al poco, recibe una carta de chantaje. Lejos de arredrarse, Juana, la primogénita, la que ha heredado la marca de las brujas, implementa una estrategia criminal. Todo se complica cuando Nines sucumbe a la seducción del escritor, y aun más cuando este ve en ella una encarnación de Mari, la Señora del Abismo.