Orlando Malacara carece de aspiraciones en la vida, excepto por un hecho: desea que dos mujeres acepten vivir a su lado el resto de sus días. Y también le gustaría ser un asesino. El primer deseo parece imposible de cumplir porque ambas mujeres lo consideran un ser que no ofrece seguridad en casi ningún aspecto. En cuanto al asesinato, Malacara no odia a nadie en concreto, pero no tendría inconveniente en que la sociedad desapareciera. Ésta es una novela abierta en todos los sentidos. Cada capítulo abre una puerta al vacío: es una provocación y también una tumba. El lector sabrá cómo habitar esta casa de cuartos oscuros y, a veces, luminosos. En el largo camino que debe recorrer para encontrarse de nuevo con la soledad, Orlando Malacara intentará sin lograrlo construirse una vida. Su incomodidad no es sólo consecuencia de una conciencia fatalista, sino de un hecho que es, a todas luces, perverso: vive en el Distrito Federal, ciudad de la guerra perpetua donde nadie es capaz de vivir o morir en paz.