En la contraportada leo que Nikos Kazantzakis escribe Lirio y serpiente a sus 22 años, inspirado por una joven irlandesa que le trajo de cabeza. Una obra, ésta, que le atormentó toda su vida, lo que le haría ir entregando todos los ejemplares que le quedaban al fuego. Batallitas a un lado, lo que nos ofrece Nikos en esta breve obra es el diario de la pasión que devora al narrador, un pintor, cautivo de su amada, su Diosa, y a medida que van pasando los días, a medida que los cuerpos se funden y se desacoplan y ambos vayan cartografiando la piel ajena, cada rincón, cada oquedad, cada pliegue en la piel, en cada noche de pasión y entrega consumada, según se van dando, borrándose, todo se torna más febril, más enajenado, rayano en la locura, y él fantasea entonces con el desierto, la soledad, el recogimiento, pero es una fantasía que se agota tan pronto como siente el cuerpo de su amada cerca, y entonces lo que desea ya no es tomar posesión de ella, ahíto como está ya de ella, sino ir más allá, buscar en el interior carnal de ella y dibujar flores rojas con su sangre sobre la sábana, por ejemplo. La prosa de Nikos es exaltada, delirante, febril, inflamada, pueril a ratos, excusable habida cuenta de su mocedad. Una tragedia griega amorosa solo puede acabar de una manera. Una enorme serpiente reptaba sobre la arena y, en sus mandíbulas emponzoñadas, mordía, como acariciándolo, un lirio marchito, pequeño y blanco
hace 8 años