Leyendas de otoño está compuesto por tres novelas breves que giran en torno a la insaciable tríada del deseo, la venganza y lo salvaje. En la primera de ellas, Venganza, un hombre se enamora de la mujer de un amigo que lidera de forma brutal un cártel mexicano. Entre versos e intercambios de citas de Lorca y otros poetas de la generación del 27, el hombre y la mujer inician una relación tal vez ilícita, tal vez estúpida y en todo caso muy peligrosa. La maestría narrativa de Harrison hace de esta historia de deseo, frontera, desierto, burdeles, puñales, libros, mezcal y heroína un relato absolutamente adictivo. La segunda de las novelas, El hombre que olvidó su nombre, es la historia de un tipo inteligente, capaz y rico que, guiado por un instinto difícilmente reconocible (pero que sin duda todos reconocemos de un modo u otro), decide ir despojándose de todo —dinero, propiedades, relaciones y obligaciones—, para llegar siquiera a atisbar ese elemento final que nos conforma y que, quizás, no se cifra en otra cosa que en bailar un merengue y sonreír como un idiota. Pero el sistema (remita a lo que remita esta palabra) no permite tan fácilmente ese despojamiento absoluto por parte de sus súbditos, y de hecho, este relato no está exento de la violencia radical que acompaña siempre la realización del Deseo, con mayúscula. La historia de la última de las novelas, que da también título al libro, comienza cuando tres hermanos embridan sus caballos y cruzan la frontera desde su rancho de Montana para unirse al Ejército canadiense, como un acto moral ineludible, en su lucha durante la Gran Guerra. Los destinos de los tres quedarán marcados ese día, no tanto por la aventura como por la carnicería y la tragedia. Para Tristan, el más libre e indómito de los hermanos, y uno de los personajes más memorables de toda la obra de Harrison, la guerra sólo será el comienzo de una existencia errante y turbulenta que lo convertirá en el último de los proscritos y en una auténtica leyenda.