La sirenita, en el cuento original de Hans Christian Andersen, es una de esas narraciones inmortales que anclan su encanto en la tristeza y la melancolía ante un destino desdichado. Tres son las pérdidas fatales a las cuales se enfrenta la sirenita, en su afán por conseguir el amor de su príncipe: la de la voz, arrancada para conseguir transformarse en humana, la del amor del príncipe, quien se casa con otra, y la del alma inmortal, que requería, para que la consiguiera la delicada creación de Andersen, que el príncipe la amara. La voz, precisamente, es la que le devuelve Carme Riera a la sirenita, para recrear la historia —con mucha libertad— desde el punto de vista de su protagonista. Y con esta recreación se devuelve cierta hondura a la sirenita, que en sus motivaciones y sus actos indaga a una mayor profundidad frente a la narración original. Restituye así al personaje, unidimensional en el cuento infantil, como todas aquellas princesas de un desarrollo pasivo, cierta dignidad no exenta de modernidad reivindicativa. Alejada en este sentido la sirenita de Riera de la de Andersen, en sus trazos maestros, no lo es tanto en el estilo y la atmósfera. El encanto triste y lánguido, de colores suaves, que transmitía el cuento, lo refleja con maestría Riera. Es una lectura tan bella y sutil como la original. Y el libro, en sí mismo, refleja a la perfección esa belleza: una cuidada edición en cartoné, con papel grueso, firme al tacto, que incluye, en el interior, un cuadernillo de páginas azules con la traducción de La sirenita original a cargo de Enrique Bernárdez Sanchís. Y para redondearlo, hermosas ilustraciones de Helena Pérez García, quien con una limitada paleta —el gris del grafito, aguamarina y carmesí— recoge a la perfección esa voz entrecortada a medio camino entre la ilusión y la desgracia. (Carlos Cruz, 4 de mayo de 2015)
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