Anja y Andreas se trasladan a Isbrük, un pueblo de pescadores, con la esperanza de reencontrarse el uno al otro y cada uno a sí mismo. Pero Isbrük no es un lugar para reencuentros, sino más bien un decorado, que se nutre de hombres pez y mujeres de hombres pez que han sido ya tragados por las aguas de su propia desesperación. David Vicente construye a través de un estilo conciso, casi minimalista, dominado por una prosa poética, cargada de metáforas e imágenes simbólicas, una especie de tragedia moderna en la que la soledad acaba siendo un viaje de ida y vuelta para sus protagonistas: «Todas las mujeres de la familia desde hace generaciones han acabado locas. Locas y solas. O solas y locas. No estoy segura. Quizá todas deshidrataron tomates como punto de partida». Isbrük, en palabras de Carmen Valcárcel –presidenta del jurado–, se nutre de la mejor tradición del relato breve, pero con un largo recorrido narrativo. Cada uno de los diferentes puntos de vista que compone esta historia se convierte en una punzada que permanece en el corazón del lector. Premio de Novela Corta "Ciudad de Barbastro"