Nos hallamos ante una lectura premonitoria, de ritmo irregular e interés intermitente y ascendente a la vez. Debido, quizás, a la no demasiado atinada forma de presentar el argumento, el autor no consigue captar la atención del lector hasta bien pasada media novela. Luego, la devoras.
Sin embargo, y a pesar de lo anteriormente resaltado, es una narración que remueve los más profundos cimientos de aquellos que amamos los libros, las verdades, las historias y las sentencias que ellos encierran. Los que valoramos a aquellos que dejaron parte de su alma entre las páginas, nos sentiremos morir en cada línea, en cada párrafo, en cada página, en cada fuego. Se vaticina, como una realidad, el holocausto de la cultura y la persecución y aniquilación de todo el que posea un libro. La felicidad pasa por pensar todo el mundo lo mismo.
Curiosamente el autor, en un relato corto, nos cuenta cómo esta obra se fue forjando en cuatro pequeñas narraciones y cómo, por un arrebato, escribió en la biblioteca y alquilando la máquina de escribir durante nueve días, este maravilloso libro.
Finalmente, queda una esperanza para la humanidad.
hace 12 años
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