Berlín, noviembre de 1938. Otto Silbermann es un empresario judío, un hombre que hasta la llegada al poder del Partido Nazi había sido un miembro respetado de la sociedad. Una mañana, aporrean la puerta de su piso: vienen a detenerlo, a despojarlo de sus bienes; quizá, incluso, a ejecutarlo. No es un suceso aislado: por toda la ciudad y con el benéplacito de las autoridades se producen arrestos y linchamientos de los que Silbermann es testigo. Lo imposible parece estar ocurriendo. Sin nadie a quien recurrir, consciente de ser el blanco perfecto del odio, procura pasar desapercibido, hacerse invisible y huir. Aferrado a un maletín que contiene todo el dinero que ha conseguido salvar del expolio, toma un tren tras otro, recorriendo Alemania mientras trata de hallar la manera de cruzar la frontera y fugarse al extranjero. Sus días transcurren entre trenes, andenes, restaurantes de estación. Silbermann conocerá la indiferencia de muchos, la compasión de unos pocos y, ante todo, el feroz rostro del miedo.