Este clásico del existencialismo no solo no pierde vigencia sino que se aferra en la conciencia del hombre contemporáneo como las raíces de una secuoya. Con un ritmo narrativo fluido e inexorable, con repliegues múltiples continuos en sus significados, la obra avanza sin freno hacia el abismo de la pesadilla.
Meursault, francoargelino en tiempos en que el país era una colonia francesa, se ve arrastrado por unos acontecimientos que lo abocan hacia el asesinato de un hombre. Su aparente insensibilidad, más bien hastío, su desidia, más bien indiferencia, le predisponen para abandonarse al fluir de las circunstancias y la vida. Succionado por estas, y sin pretenderlo, se hunde en el fango de lo abominable donde no hay salida.
Camus cuadra una novela impecable de resonancias kafkianas, como toda su obra, en la que nada parece tener importancia y la culpa es algo borroso. En un principio puede parecer que Meursault es culpable, si no en intención, sí por no ser capaz de rebelarse contra una corriente en la que parece sentirse a gusto simplemente flotando. Pero también podría verse al sistema como culpable, a la sociedad y a la vida, a los que parece no importarles los sentimientos individuales y juzga en terrenos que solo la propia persona puede entender.
La(s) muerte(s) en el libro es el reflejo del absurdo, de la sinrazón de una sociedad sin valores destinada al hundimiento moral. No en vano la obra se escribió en plena Segunda Guerra Mundial. Moderna, incómoda, iconoclasta, El extranjero golpea la conciencia y deja al lector en un sopor mareante del que cuesta recuperarse.
hace 10 años
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