En 1917, como tantos otros estadounidenses, William March se alistó voluntariamente en los Marines para combatir en la primera guerra mundial. De aquella experiencia brutal y absurda surgiría Compañía K, que terminó de escribir en 1933: una colección de 113 estampas —tituladas con los nombres y apellidos de cada uno de los soldados que formaban la unidad— en la que nos ofrece una visión de la guerra sumamente realista y humana; un retrato de la estupidez y la violencia a la que se ven obligados los hombres cuando son llevados a los límites de su cordura. En lo que supone un ejercicio de precisión admirable, March consigue retratar en esta novela la oscuridad del espíritu humano en toda su dimensión; algo verdaderamente insólito tratándose de un superviviente de la Gran Guerra, ya que su generación no tuvo el coraje de escuchar las sombrías verdades que los soldados trajeron de regreso a casa. Comparada a menudo con Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, y con Trampa 22, de Joseph Heller, Compañía K es una obra con una potencia artística fuera de lo común y ha sido considerada la gran antecesora de la literatura antibelicista que se popularizó a partir de la segunda guerra mundial y, sobre todo, a partir de la guerra de Vietnam.