Al morir sin sucesión, Carlos II (1661-1700) legó la corona al segundo nieto de Luis XIV, Felipe V, que inició en España la Casa de Borbón. El hecho de que su testamento fuera la decisión más importante de su reinado parece una prueba evidente de su escasa actividad en el ejercicio de la función real, algo que los historiadores han resaltado de forma unánime. Sin embargo, ello no nos exime de la necesidad de estudiar la personalidad y las actuaciones del último de los Austrias españoles, así como la imagen de él que nos han transmitido sus coetáneos y los historiadores. Un rey del Antiguo Régimen no puede entenderse sin el entorno cortesano en el que vivió, que refleja y contribuye a explicar muchos de sus defectos y virtudes. Su reinado, más importante en muchos aspectos de lo que siempre se ha creído, lo fue también en el arte cortesano, especialmente en las numerosas –y en muchos casos magníficas– representaciones pictóricas del monarca. Otros aspectos vinculados directamente con Carlos II, como las fiestas y la música o los escasos viajes que realizó, completan el acercamiento a quien durante treinta y cinco años personalizó y dirigió una Monarquía que, si ya no estaba en sus mejores momentos, era aún una gran potencia, con extensos territorios en los cuatro continentes entonces conocidos.