Siempre encuentra tiempo para la siega, la cosecha rara vez es escasa; en el campo de la vida, la guadaña no descansa. Espigas como Paula se resisten, no quieren quebrarse –son tantas las primaveras que desea, tantas las que no supo disfrutar y que quizá no vuelvan-; Joao y Maria contemplan un horizonte de recuerdos y sólo esperan que el dolor, al final, no duela; Elisa y Sara se agitan por el daño que les causó la pérdida. La muerte es sorda y ciega, no escucha ruegos ni llantos, no entiende de otoños ni de veranos. Sin embargo, Susana Moreira Marques interrumpe su labor por unos momentos que parecen eternos. Y lo hace en Trás-os-Montes, tierra portuguesa, acompañando a un equipo de cuidados paliativos. A la vuelta de cada página todos nos encontramos con el recuerdo o con el presente áspero de un ser querido; al final de cada párrafo la filosofía de los que están a punto de partir nos da una lección de muerte y, sobre todo, de vida. Quizá cualquier otro lo hubiera escrito de cualquier manera e incluso mejor, pero es imposible encontrar a muchos que sepan crear un libro como este, ciento diecisiete páginas que palpitan entre los dedos del lector más allá de su credo o ideología. Es aquí, es ahora, cuando debemos abrir los ojos a una vida que nos ciega, no antes de espirar, no al final de nuestra historia: no siempre seremos avena loca.
hace 5 años