Por Miguel Ángel Sánchez: "Aquí hay un pueblo. Rural y rústico. De esos que participaría en el Grand Prix (del Verano), para que nos entendamos. De amarillo, además. También hay cantidades indecentes de dinero en sitios insospechados y un muerto. Un fiambre chamuscado y calor, mucho calor. Mala combinación y, claro, algo huele mal en todo esto. Vamos, lo que viene siendo, en principio, una novela negra de toda la vida, que dicen algunos. Y tenemos a quien está vivo y ejerce de tal: gente que se (con)funde con el paisa(na)je pueblerino; o gente movida por cierto ímpetu escapista pero, al mismo tiempo, capaz de apreciar que nada como lo exótico de lo autóctono (aquí yacen dragones cotidianos) para indicar el punto de partida del mapa; o gente (la mirada forastera y femenina) conducida a conocer el percal más de lo esperado, ¿más de lo que hubiera querido?, para acabar llegando ¿hasta el fondo? Y hablan, que es lo que se hace en los pueblos y que, por otra parte, es otra forma de ejercer de vivo: hablar para no ser hablado por los demás; para no salir escaldado del incendio permanente de (tener que) ser siempre uno mismo en palabras ajenas. El-chaval-que-pasa-droga-en-el-pueblo, el-hijo-del-empresario-de-éxito-de-provincias, el-profesor-de-literatura-para-el-que-vivir-es-ir-confirmando-lo-vivido-en-los-libros, el investigador con conflictos conyugales, la chica que no sabe en qué bosque se está metiendo: personajes reconocibles y en los que reconocerse, figuritas de este rústico decorado a los que el artífice de esta novela de amarillo da la voz y, así, la oportunidad de explicarse a sí mismos, esto es, a rebelarse de su propia condición. Y tú, ¿cómo lo ves? Tienes la palabra…"
hace 5 años