Resumen

Savia y salitre, esta bella a la vez que incompatible combinación que se da en muchos puntos geográficos del planeta, adquiere un especial sentido si la usamos como metáfora para explicar uno de los conflictos más complejos y enraizados en nuestra historia más reciente, me estoy refiriendo al conflicto vasco. Un conflicto que, al igual que la orografía de Euskal Herria, está lleno de matices y de contrastes, de colores, de formas, de detalles; formando un ecosistema laberíntico donde sus valles, montañas, praderas, ríos y rías nos adentran en una tierra misteriosa, que empieza mostrándose con una belleza fría y hermética para súbitamente chocar contra un coloso de agua salada: el mar Cantábrico; configurándose así un paisaje de tremenda fuerza y vida, donde la savia y el salitre luchan por imponer sus elementos, y cuya incompatibilidad forman un todo. La savia, como fluido que alimenta los tallos verdes, se antoja representante de la vida, la esperanza, la tolerancia, ese verde que construye mosaicos de belleza infinita, de esa madre naturaleza que con sutileza femenina demanda paz, respeto, vida; siendo capaz de defender hasta la muerte cada raíz, cada hoja, cada árbol. Al otro lado el salitre, proporcionado por el mar Cantábrico, un mar de aguas embravecidas, frío, inconformista, con una fuerza descomunal, con poder para arrancar la vida de los que pretenden plantarle cara, capaz de echar espuma por la boca con tal de imponer su voluntad férrea. Ambos parecen haber calado en el riego sanguíneo de los “euskaldunak”, haciendo que estos asimilen esas características, empapándose de la savia y del salitre, predominando una u otro, según el carácter y circunstancias de sus vidas. Esta es la historia de la convivencia inseparable de «la Savia y el Salitre», la historia de dos vidas que, como las del resto de los mortales, fueron condicionadas por el entorno en donde nacieron y crecieron, no pudiendo elegir desde su principio a que lado estar. Vidas indómitas e indomables, que no sólo compartirán unas coordenadas geográficas muy específicas, sino una forma de ver la vida de un modo antagónico. Mas habrá algo que las una y ate irremediablemente: su tierra, una tierra de SAVIA Y SALITRE.

1 Críticas de los lectores

Quienes son poseídos por el odio riegan con rencor los campos de la vida y hacen que brote el dolor. Poco o nada importan los acentos de sus bocas, la nacionalidad de sus armas o la historia heredada. Son rehenes de sus instintos más bajos, prisioneros de sí mismos, siempre tiñen de luto o de sangre sus ideales.
Acostumbrados a una sinrazón de siglos, españoles y vascos, vascos y españoles, existencias ateridas por el mismo frío, hermanos de calamidad en la guerra, perdedores bajo cualquier bandera, tardaron -son muchos quienes aún no lo entienden- en comprender la quimera que siempre fue la violencia: guerra abierta, guerra cerrada, bombardeos crueles, disparos por la espalda, Guernica en llamas, coches volando como aves de paso.
Aitor, Oier o Ainoha, desvíos al borde la existencia, carreteras con cunetas anegadas de cizaña, protagonizan una novela donde cada desgarro se cose a balazos, interpretan papeles terribles en una narración que demuestra el suplicio vivido por quienes eligieron la paz y la podredumbre moral de quienes apuntaron a la frente o a la nuca.
La semilla del odio germinó tiempo atrás, mucho antes de la que guerra civil (1936-39) llegase a tierras vascas. Ciertamente, quienes defendieron su identidad con más ahínco fueron perseguidos hasta ser borrados del mapa. Pero a aquella brutal campaña de exterminio no fueron ajenos los españoles. ¿Cuántos andaluces, manchegos o extremeños corrieron la misma suerte que centenares de vascos? ¿Importa una lengua, una idea o sólo importa la vida?
Una guerra civil como la española, que no parece tener fin, y la violencia sobrevenida en forma de terrorismo articulan una trama intensa en el marco de una sociedad destinada al enfrentamiento.
Savia y salitre no es un mal debut literario, en absoluto, y sobre todo representa un comienzo valiente -es francamente difícil narrar la tragedia repetida durante años, las muertes acompañadas con la música del telediario- pero no deja de ser un inicio. No obstante, la primera obra de Molina Pastor merece una oportunidad. (Jorge Juan Trujillo, 12 de agosto de 2020)

hace 4 años