No puedo creer lo bueno quees (que era) Raymond Carver, un escritor que, como Borges, no tenía ni la tranquilidad ni la paciencia necesarias para escribir una novela. Después de leer Catedral, no imaginé que pudieran existir cuentos más desesperados, más deprimentes, de tanta soledad. Estos incluso son más breves todavía. Las elipsis son tan brutales que, en tan poco espacio de tiempo, que sólo una lectura muy atenta puede detectar su leit motiv. Tal es así que entre cuento y cuento es necesario hacer una pausa para que el cerebro asimile aquello que ha leído, como si los ojos y el cerebro fueran a velocidades distintas. O tal vez la literatura de Carver sea tan abstracta que yo mismo me tomo mi tiempo para inventar un leit motiv para cada relato. Sea como fuere, su poder de seducción es definitivo, es lo más parecido a la magia que he leído en mi vida. Son situaciones que vivimos día a día sin que seamos capaces de atraparlas. Carver lo consigue, como Nabokov cuando cazaba mariposas. La densidad de información en cada relato es tal que cada uno de ellos es como una novela comprimida, un agujero negro que nos atrapa irremediablemente con su magnetismo.
hace 15 años
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