Cuando en 1993 Mercè Ibarz publicó La tierra retirada, abrió un camino que no ha dejado de dar frutos para la narrativa en catalán. «Crónica autobiográfica y de un país», en palabras de Joan Triadú, «testimonio impagable», en ella Ibarz evocaba los cambios sociales, económicos y paisajísticos que la gestión de las tierras activas de cultivo puede traer a un territorio: en este caso, su pueblo natal, Saidí, en la Franja. El libro se convirtió rápidamente en «un clásico indiscutible de la literatura catalana del último cuarto del siglo XX», como dijo el crítico Julià Guillamon. Al cabo de dos años Ibarz escribió la versión novelada, La palmera de trigo, protagonizada por una joven periodista que vuelve tres días al pueblo para asistir al funeral de su abuelo centenario. Es una novela de una belleza rara, llena de imágenes imborrables, en la que, como quien sigue un juego de pistas (a veces muy tangibles, a veces solo intuidas o soñadas), la protagonista reanima la memoria de su rincón de mundo, de sus vivos y de sus muertos. Más de veinticinco años después, Mercè Ibarz retomó el ciclo en Labor inacabada para dar forma a este Tríptico de la tierra. Otra vez en el registro de la crónica en primera persona, con fragmentos de ensayo fotográfico, la autora continúa, con renovada libertad expresiva, sus idas y venidas entre las fronteras de los géneros literarios para constatar hasta qué punto las historias, la historia, empiezan a contarse solas y con los años se descubre que no se acaban nunca.