No todos reaccionan de la misma forma ante la soledad, pero está claro que los habitantes de “Tres pisos” necesitan librarse de ella. Hablan o escriben y continúan haciéndolo para no asfixiarse. Arrojan a la cabeza de quienes les prestan oídos sus problemas laborales, familiares o sentimentales, y prosiguen con su monólogo porque, en realidad, no admiten opiniones ni respuestas.
Conscientes de que sus propios actos generarán estupor, rechazo o incomprensión, callar o escuchar se convierten en lujos que no están al alcance de sus respectivas manos.
Son juez y parte: en sus soliloquios se mezclan tantas condenas como absoluciones. Con sus testimonios, algunos crecen como personajes, vecinos y hasta como ciudadanos, se hacen fuertes ante el lector; en cambio, otros acaban convirtiéndose en seres odiosos.
Se trata de tres pisos y de tres protagonistas con una problemática diferente, pero también de tres vidas que comparten complicidad y conflicto con otros desnortados y que nos recuerdan los abismos que se abren cuando las puertas de los vecinos se cierran.
La terrible disyuntiva de soportar la soledad o de combatirla siendo reconocidos por otros y la dificultad para entender las relaciones, darlas por terminadas o afrontar los problemas que generan son hilos conductores de una novela sumamente atractiva para el lector actual. No importa si la historia se desarrolla en Israel, puesto que los males que atañen al vecindario son universales.
Con sus personajes, Eshkol Nevo demuestra que el primer mundo necesita amarse con valor para superar la pandemia de soledad y de apegos que lo castiga. A fin de cuentas, la inteligencia emocional y el respeto hacia uno mismo, únicas curas posibles, parecen inalcanzables. Nevo demuestra que la mejor vacuna para el alma sigue siendo la literatura. (Jorge Juan Trujillo, 20 de enero de 2020)