Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me muero. Emiliano y María son, a simple vista, la pareja ideal: se conocieron en el instituto y han crecido y madurado juntos, son amigos, confidentes, no guardan secretos entre ellos, tienen complicidad, se quieren…, pero… llevan 10 años de relación y en ese discurrir el tiempo ha ido erosionando los cimientos y agrietando las paredes, casi imperceptiblemente, sí, no obstante, ya se sabe que las pequeñas cosas son las que sustentan y forman a las grandes. O puede que no sea así del todo, cada relación es un mundo y cada persona también y, a veces, el amor se acaba, sin saber muy bien el porqué o el cómo, pero así es, aunque duela. Sea como sea, Emiliano, tras una discusión, se marcha de la casa en la que convive con María para no volver, dejando a la que hasta en ese momento había sido su novia en un mar de dudas, de culpas y de desolación. Sí, Todos los días son nuestros es una historia de desamor como tantas otras que existen ya, no podemos decir que trate de un tema original. Sin embargo, la forma en la que la autora aborda la trama y cómo la narra la hace nueva a nuestros ojos. Catalina Aguilar Mastretta elige muy bien al narrador de la novela, en este caso narradora, ya que es la propia María la que nos cuenta en primera persona (entre llantos, empachos de helado y cotilleos malsanos) cómo se enfrenta a cada etapa del duelo (desconcierto, negación, tristeza, desesperación, rabia, aceptación y recuperación) de una forma muy tierna y espontánea, sin dejarse nada en el tintero ni omitirnos ninguno de sus pensamientos o actos por muy bochornosos o ‘discutibles’ que pueden llegar a ser ni, tampoco, ocultar las que son sus tablas de salvación: su madre, sus amigas y el cine, del cual podremos encontrar múltiples referencias a lo largo de la historia. Así, entre sonrisas, desesperos y empatía, el lector vive casi de primera mano (o revive, porque ¿quién no ha pasado por una ruptura alguna vez?) esos sentimientos de ‘ni contigo ni sin ti’ que se dan cuando una pareja sabe que es mejor separarse aunque sigan queriéndose; de dependencia emocional, eclipsándose el uno al otro hasta el punto de no saber cuál es su color favorito sin consensuarlo previamente con la que se supone que es su otra mitad; de vacío y soledad; de sentirse incompleto; de impotencia y rabia… y tantos otros que nos llevan a sumirnos en los más oscuros y profundos pozos y a cometer las más disparatadas locuras. Todos los días son nuestros es una historia de destrucción, de autodestrucción incluso, y de superación, un punto final para un nuevo comienzo, un alegato a favor de quererse a uno mismo por encima de todo porque, en definitiva, el título no es más que la moraleja de la novela: lo que somos, lo que hacemos, lo que vivimos… nos pertenece a nosotros nada más, estemos solos o acompañados. (Sandra C. Jarén, 7 de agosto de 2018)
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