Una operación grave mantiene a António Lobo Antunes en cama durante dos semanas. En el hospital, aturdido por el dolor y los medicamentos, rememora su infancia: su padre jugando al tenis, su madre haciéndole la raya del pelo, las montañas, el olor de la mermelada en la despensa, las flores en las macetas de los escalones, los amores no correspondidos... Un río de recuerdos que se precipita cuando hace aparición la enfermedad, y la cercanía de la muerte hace que la llamada de la vida se oiga con más fuerza.
En Sobre los ríos que van la memoria de su autor fluye como el agua, y, como el agua, la literatura es aquí fresca y cristalina.