¿Se puede convertir un suceso trágico en algo positivo? No, desde luego, el dolor no da tregua tan fácilmente, pero sí se puede aprender a convivir con este de forma positiva, y así nos lo demuestra Lea Vélez en Nuestra casa en el árbol. Ana ha perdido a su marido y Michael, Richard y María a su padre por culpa de un cáncer, el golpe ha sido duro y el duelo podría ser demoledor. Sin embargo, Ana rechaza de plano la idea de sumirse en el agujero negro de la autocompasión y el abandono y, en su lugar, planta cara y decide irse a Hamble-le-Rice a reabrir la casa de huéspedes que ha heredado y empezar una nueva vida. Allí, su mayor preocupación será la felicidad y educación de sus hijos. Para lo primero, decidirá construirles una casa en un árbol, a pesar de no saber al principio cómo hacerla, una casa que será el eje de la novela y en torno a la cual girarán muchos de los acontecimientos; para lo segundo, establecerá en casa un método de enseñanza alternativo al de la escuela puesto que no está de acuerdo con la forma oficial de enseñar. Pero también se preocupará de sí misma, sobre todo respecto al amor, y hará lo posible por no caer en los brazos de uno de sus huéspedes, ¿lo conseguirá? Por su parte, el mayor problema de los tres hermanos es la escuela, son muy listos, adelantados para su edad y los conocimientos que les enseñan en clase se les quedan pequeños. Aun así, se amoldarán bien a su nueva vida y harán lo posible para que su madre se vuelva a enamorar. Nuestra casa en el árbol es una lección de vida, una novela deliciosa, pero es todo tan sumamente perfecto que, en ocasiones, se antoja como un espejismo en el desierto. (Sandra C. Jarén, 7 de septiembre de 2017)
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