Sully tiene sesenta años y ni un pelo de tonto a pesar de que, como asegura uno de sus amigos, es el campeón de los gestos inútiles. Vive en North Bath, una pequeña ciudad de provincias que, como él, ha conocido tiempos mejores. Hijo de un borracho brutal que destruyó a su madre y a su hermano, Sully también tiene sus más y sus menos con el alcohol, y ha encontrado la manera de no repetir la historia de su padre rehuyendo los compromisos, poniendo distancias con los que hubiera podido amar. Se divorció al poco de casarse, tuvo un hijo al que no maltrató pero del que nunca se ocupó, y ha sobrevivido día a día mediante duros trabajos manuales –a pesar de su inteligencia-, y rechazando toda posibilidad de enriquecerse.
No ha sido una vida infeliz, con todo. Sully es un hombre atractivo y vital a pesar de su escapismo, y siempre ha tenido amigos y una amante que no le exigía demasiado. Pero ahora ha llegado a la edad en que la vida pasa cuentas, y se encuentra sin trabajo y al borde de la bancarrota, con una rodilla inutilizada por un accidente y por la artritis, un ayudante que lo venera pero que es irremediablemente estúpido y una furgoneta estropeada. Y su hijo, también sin trabajo y en plena catástrofe matrimonial, ha regresado a North Bath. Pero quizá ese reencuentro obligue a Sully a coger por fin las riendas de su vida, y le permita deshacer algunos nudos de su pasado.