Si ya una novela a veces transmite poco o nada, con los aforismos y microrrelatos, en un recorrido tan corto, llegar a tocar la fibra del lector, se me antoja harto complicado, algo que tiene que ver más con la alquimia, con aquello que leemos y con aquello en que nosotros los lectores lo transformamos en nuestro leer, aquello que convertirá la anécdota, la ocurrencia, el chispazo, en electricidad. Este libro de Gemma Pellicer (Barcelona, 1972), editado por Jekyll&Jill son microrrelatos (más de 90), algunos de una línea y otros de una página, pero el resultado, en conjunto, no me ha convencido, salvo algunas cosas puntuales que sí me han gustado. La autora juega con los elementos de los cuentos, o bien se ciñe a lo explícito: un artista callejero increpado por unos jóvenes, un vagabundo exhibicionista que se lleva una reprimenda por parte de una joven a la que le quiere enseñar su cosita, el mendigo que anima a alguien a ir detrás de su deseo. Tenemos también una España a la venta, a precio de saldo casi, y hay también amaneceres poéticos, piezas de teatro, cuerpos que crecen y otros que se achican hasta desaparecer, cartas a hijos que osan acercarse al Árbol del conocimiento, buceadores que se despojan de su vida para encontrar en sueños lo que la vida no les dará nunca, aves de paso como lo son las vidas siempre fugitivas, etc. Lo que sí creo que late en el libro, es lo que da nombre a uno de los microrrelatos, el Principio de contradicción, ese querer y no querer, que nos lleva a hacer y a deshacer, a esperar y a desesperar, a obrar y lamentarnos, esa pugna constante y feroz contra nuestra naturaleza viva, que se rebela contra nosotros, ese juego de contrarios que nos domina, que nos eleva y nos degrada, que nos hace gloriosos y patéticos, la f(r)icción de la realidad, en definitiva, que tanto ju(e)go da en lo literario.
hace 8 años