Un joven investiga crímenes de carácter sexual y racista que le permitirá conocer la vida y las costumbres de los angoleños más allá de la colonia europea opresora. Luanda, capital de la colonia portuguesa de Angola. Febrero de 1936. El coronel Artur Lopes d’Oliveira, gobernador del territorio, celebra junto al mar, y acompañado de la flor y nata de su sociedad, la onomástica de su hija menor, Sandrina. En plena fiesta, un perro arroja en el regazo del gobernador una mano que ha desenterrado de una duna próxima. Tras la desbandada general se comprueba que la mano pertenece al cadáver de una mujer blanca. Y habrá más cadáveres, medios cadáveres, ya que en todos ellos falta misteriosamente la mitad inferior. Por ello, los sectores más reaccionarios dan por hecho que se trata de crímenes de carácter sexual y racista. Mientras tanto, el director del periódico El Comercio de Angola, Henrique Da Cunha e Sá, encarga a su sobrino Jorge la investigación del caso. Jorge, adicto a la buena vida, fue desterrado a Angola por su familia lisboeta a causa de sus amores con la que estaba destinada a ser su cuñada. Ahora las pesquisas sobre los cuerpos aparecidos en la playa le llevan a conocer otra cara de Angola —la vida y las costumbres de los angoleños, más allá de la colonia europea opresora— a la búsqueda de una explicación que quizá también comporte otra visión de la vida y del mundo. José María Mendiluce ha conseguido reunir en una misma historia la fuerza de la denuncia y la belleza del romanticismo, el retrato de una época y la elegía por un continente.