Madrid, principios del siglo veintiuno. Malasaña, barrio céntrico. Una mujer de Sevilla que es actriz y trabaja en un bar y se llama Lucía. Un hombre gallego que se llama Alberto y que vivía con Lucía por amor pero ahora ya no, ahora se ha ido al norte con sus padres y todo su patrimonio. La madre de Lucía, que quería ser artista y cose como cosen las artistas. La amiga de Lucía, Marisa, que escribe y aconseja y cuida y da y quita, como las buenas amigas. Todos los de alrededor. Los que van al bar, la china que vende palmeras de chocolate, un hombre apetecible con un diente rasgado y otro montón más con los dientes normales pero que de nada sirven cuando el abandono arrasa. La ciudad. El destierro: el de la tierra y el de la vida, o esa parcela de vida que queda desolada, como un descampado, como el agujero tras el proyectil, como cuando el amante se va. Ingredientes más que suficientes para este poema largo y humano y río que es Los besos secos.