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LA MUJER DE TODO EL MUNDO SAWA, ALEJANDRO

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Resumen

Número: 59131. Empresa de servicios fúnebres de la Viuda e hijo de Aquilino Puerta, Leganitos 54. Debe doña Juana Poirrier y Merzier, por los efectos suministrados y gastos suplidos para el enterramiento del cadáver de su esposo, don Alejandro Sawa y Martínez, inhumado en el cementerio de la Almudena, Madrid 4 de marzo de 1909. Por una caja forrada de negro y con cintas blancas, paño, cuatro velas y candelabros dorados. Coche de tercera con dos caballos, sepultura de tercera temporal en el cementerio civil de la Almudena, parte este, y derechos del médico forense. Total comisión de la empresa: 70 pesetas. Y ya está. Y así acaba. Es el final de Alejandro Sawa, uno de los grandes (ignorados) de la literatura universal; con un entierro de setenta pesetas, diez más que la colaboración que tenía en El Liberal y que le acababan de retirar. Ciego, gravemente enfermo y arruinado, en febrero de 1909 pierde totalmente la razón, aunque aún aguanta unos días más delirando hasta que fallece el 3 de marzo de 1909. Parece como si no quisiera abandonar toda una vida dedicada a la literatura, fiel a ese inquebrantable compromiso ético y estético que lo situó fatalmente del lado de los perdedores. Quizás en sus últimos momentos no recordara la marginalidad a la que se vio reducido, las miserias que pasaban él y su familia ni de la lucha que cada día le llevaba a la frustación. Ojalá Sawa olvidara la vida que no se mereció: la falta de reconocimiento, la pobreza extrema, la traición de su amigo Rubén Darío —que le pidió que escribiera unos artículos en su nombre y que además nunca le pagó—, las puertas cerradas de editoriales y periódicos al volver de París. El 3 de marzo se cumplieron ciento cuatro años de su muerte; necesaria para que Sawa recibiera homenajes y reconocimiento tardío, para que le publicaran obras, para ser inmortalizado en Luces de Bohemia como Max Estrella, para que Rubén Darío colaborara en la edición póstuma de algunas de sus obras, para ser inspirador de un precioso epitafio compuesto por Manuel Machado (Jamás hombre más nacido, para el placer, fue al dolor más derecho…), para merecer la vida que con la muerte le llegaría.