Rose y Félix se encuentran una vez por semana en una ciudad anónima para pasear y conversar. Nada los alienta ni los extravía tanto como esos diálogos escenificados a los que se someten en bares o durante incansables caminatas urbanas. Aunque no lo mencionen, luego de cada encuentro Rose y Félix tienen la extraña sensación de haber dicho más de lo que esperaban y menos de lo que querían decir. La experiencia pasada y los pliegues del presente suscitan, sin formularlas, un mismo tipo de preguntas: ¿Actuar la vida es la única forma de vivirla? ¿Es menos verdadera cuando se la representa?