La noción de comunidad es hoy en día puesta a todas las salsas. Sin embargo, el destino de que provee a sus individuos mide el grado de democracia de una sociedad. Ningún individuo puede definirse por una sola pertenencia comunitaria. Identidad y alteridad están íntimamente ligadas. Pero el individuo es el referente absoluto a partir del cual pueden comprenderse la realidad de las fronteras y la necesidad de las relaciones. Una frontera no es una barrera, sino un umbral, entre individuos, entre colectividades, entre lenguas existen fronteras sutiles cuyo aprendizaje permite reconocerse sin alienarse. Este texto aboga por un existencialismo político para el que la idea de comunidad y de bien común no existe más que en el estado de proyecto. Postula que toda la educación digna de este nombre debería tener por ideal no el enfrentamiento con una sola tradición sino el cruce de fronteras y de culturas.