La antropología aborda el sentido que la colectividad humana da a su existencia. Sin embargo, las cosas han cambiado mucho tras la edad de oro de las investigaciones de campo: en nuestras sociedades liberales, tan sumisas a la más acelerada masificación, nuestros semejantes, muy próximos en apariencia, se revelan, ya sea por sus creencias o por sus hábitos, más alejados de nosotros que el más lejano de los interlocutores de los etnólogos africanistas, en las sociedades más tradicionales, en cambio, la universalización de los intercambios económicos, políticos y simbólicos -en breve: el final del exotismo- ha variado enormemente los procedimientos mediante los que los hombres controlaban intelectual y prácticamente el mundo. De una punta a otra del planeta, en fin, la interferencia de los signos va acompañada de la disolución de los vínculos sociales: una relación solitaria con el entorno que es la característica principal de la modernidad contemporánea. Ante esta nueva situación, ante este nuevo objeto científico, eran necesarios también un cuestionamiento y unos conceptos igualmente nuevos. Y eso es lo que nos ofrece este libro, a través del itinerario de un hombre de ciencia que, de la Costa de Marfil a los Jardines de Luxemburgo, consagra su vida de investigador a describir las iniciativas individuales y los símbolos colectivos que constituyen el sentido de los otros. Nada más urgente, en efecto, en esta hora de renacimiento de los nacioalismos y las señas de identidad: pensar en el otro, construir al extranjero.