Suele escribirse que el Chesterton más divertido y discutidor fue el juvenil y primero, el de antes de su conversión al catolicismo. Equivocadamente. Chesterton fue Chesterton desde el principio, pero también hasta final. Así lo demuestra El hombre corriente (1936), el último de sus libros, o al menos el último del que corrigió pruebas, y que apareció unos pocos días después de su muerte. Y también uno de los más combativos y retadores, e incluso puede que el más quijotesco entre los suyos, por su afán en arremeter contra los molinos de la modernidad; de la modernidad entendida como un molino de viento. Chesterton defiende o ataca en estas páginas al hombre corriente, el nudismo, la vulgaridad, los grandes tontos, nuestra idea del progreso o de la educación, el patriotismo… y nos dice cosas como que existen dos tipos de vándalos: los antiguos, que destruían edificios; y los modernos, que los construyen.