Un día que, en verdad, abarcó miles de años, Homo hizo algo que nadie había intentado nunca: empezó a imitar a los otros animales, a sus depredadores. Fue así como se volvió cazador. Ese larguísimo día resulta, hoy, remoto, pero sus huellas persisten, aunque ya nadie parezca interesado en indagarlas. Los ritos y los mitos mezclaron las trazas de ese comportamiento con algo que la Antigua Grecia llamó tò tehîon: lo divino, estrechamente emparentado con lo sagrado y con la santidad. Muchas culturas, distantes en el espacio y en el tiempo, asociaron estos acontecimientos, dramáticos y eróticos, con una cierta región del cielo, entre Sirio y Orión: el lugar del Cazador Celeste. Sus historias tejen la trama de este libro, e irradian en múltiples direcciones: desde el Paleolítico hasta la máquina de Turing, pasando por la Grecia antigua y Egipto, y explorando las múltiples conexiones latentes en el seno de un territorio a la vez único e ilimitado, la mente.