A la remota bahía de Byron llega don Amós, su enigmática presencia cambiará el futuro de los tres habitantes del lugar. Fascinados por el paisaje donde están de algún modo encerrados, los personajes dan continuos paseos mientras se cuentan historias y festejan la belleza de un atardecer o de un guiso de pescado. El tiempo no lo marcan los relojes sino las mareas y los paseos y las charlas, mientras se van sucediendo los dulces atardeceres y los temibles aguaceros que pautan los estados anímicos de la trama. Si El caracol de Byron se pasase al cine, tendría que llevar música de Bernard Herrmann.