Natalie debe volver al lugar en el que nació y pasó su primera juventud, pues su madre está a punto de morir. Han pasado más de treinta años desde que marchó definitivamente de allí, y ahora, alternando capítulos en el presente con los del pasado, Natalie rememora su idílica vida familiar en una granja lechera en las afueras de Atwood, en Canadá: la vida y trabajo diarios, la relación con sus padres y sus tres hermanos -en especial con Boyer, su hermano mayor-, hasta que una serie de acontecimientos destruyeron su familia.
La verdad es que es bastante entretenida y la historia en sí no estaría mal si no fuese por lo repetitivo que resulta estar leyendo constantemente frases tipo “cuando todo cambió”, “tendría que haberme dado cuenta”, etc., y así hasta mitad del libro. Y cuando ya por fin nos enteramos de qué fue lo que cambió drásticamente su vida, Natalie ya ha llegado -en la actualidad- junto a su madre, y otra serie de circunstancias hacen que toda la familia se reconcilie y “fueron felices y comieron perdices”. Y diciendo esto tampoco revelo nada porque la trama tiene su intríngulis.
A mí no me ha cuadrado de ninguna manera que la protagonista, que según se lee el libro se aprecia como una persona psicológicamente herida, de repente, casi de la noche a la mañana, cambia radicalmente y llena de buenos propósitos se reconcilia con todo el mundo. Me ha resultado una historia inverosímil, la experiencia me dice que en la vida real las cosas funcionan a otro ritmo.
Aunque había leído buenas críticas sobre la novela mi opinión no es muy positiva. Es una historia de secretos familiares que, a pesar de que a ratos se me ha hecho repetitiva, en general es amena y de fácil lectura. Yo no la recomendaría, aunque sí creo que hay un tipo de público al que le puede gustar.
hace 9 años
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