Son cientos, miles, pero resultan invisibles. Apenas las miramos, nunca las escuchamos. Trabajan en organismos culturales del Estado ruso: un mundo particular, tenebroso, que impone sus turbias leyes a quienes forman parte de él. Por las páginas de esta breve, incisiva y bella obra de Daria Serenko, desfilan las «chicas» que se encuentran en los eslabones más bajos de la jerarquía cultural. Son las mujeres que preparan las exposiciones, cuadran los presupuestos, falsifican las estadísticas de asistencia y pagan el pato cuando las cosas se tuercen. Sufren acoso sexual y laboral, normalizan sus míseros sueldos y se plantean qué será de su futuro si algún día deciden ser madres. Al fin se hace audible un coro de mujeres que habitualmente se pierde en el estruendo de la maquinaria estatal.