La palabra es Exageración; y es una pena porque el autor ha trabajado a fondo cada aspecto de la novela. Incluso, durante los dos primeros tercios, esos elementos exagerados no influían demasiado en la lectura, que discurría ágil y entretenida. Sin embargo, en el último tercio de la historia, Pérez Gellida pisa el acelerador y, en mi opinión, derrapa. No me parece necesario intentar dejar asombrado al lector cada dos páginas para conseguir una buena novela negra. De hecho, esta podría haberlo sido y no lo fue precisamente por esa tendencia del autor hacia la exageración. Es exagerado, en primer lugar, el diseño del protagonista, experto en sistemas de seguridad informáticos, en poesía, en música, en vinos y licores, en filosofía, en mitología, en toda cuanta disciplina se le pueda ocurrir a uno: una especie de malvado hombre del renacimiento. Es exagerada, sin duda, la caracterización de los inspectores de policía, todos ellos mimetizando el perfil habitual del género: divorciado, alcohólico, sarcástico y de vuelta de todo. Exageradas son varias de las relaciones que se gestan a la velocidad del rayo, como por ejemplo, la de Sancho con Martina o la del propio Sancho con Carapocha. Exagerado, o en realidad inverosímil, es el papel que se le hace jugar al tal Bragado. Exagerado es el recurso a las metáforas que, y eso es para gustos, me han parecido en general demasiado simplonas y/o rebuscadas. Y completamente exagerada y completamente inverosímil es la escena final donde nos espera una mayúscula sorpresa en cada esquina. Lo dicho, pudo haber sido una buena novela negra pero se quedó en un pastiche. Espero que en las entregas siguientes, el autor haya moderado algo sus impulsos narrativos.
hace 6 años
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