Derry, un pequeño pueblo de Maine, inspira tranquilidad y monotonía hasta que una serie de asesinatos tienen lugar en él. Lo que en principio pueden parecer simples crímenes de un asesino en serie, dan paso a algo más siniestro cuando se tiene consciencia que un payaso, que vive en las cloacas, es el denominador común de todos los homicidios. Nadie en el pueblo parece percatarse de la realidad acechante, excepto un grupo de niños, unidos por su condición de “perdedores”, que verán la magnitud del problema que asola su hogar y se propondrán desenmascarar al tétrico asesino que se esconde tras los pompones naranjas. Pasados veintisiete años de estos hechos, estos mismos niños reciben una llamada por una promesa que hicieron. Deben volver al lugar de los hechos a terminar el trabajo que un día comenzaron. Ya son adultos pero revivirán momentos que creían olvidados. A los lectores amantes del thriller y la novela policíaca, el argumento probablemente les traiga reminiscencias de las obras de la gran Agatha Christie. Sin embargo, la exhaustividad de King a la hora de introducirnos en la escena y en el momento preciso, la detallada descripción de los personajes y sus desventuras, consigue una realidad a veces abrumadora. Siete como número mágico e indestructible; Derry, un pueblo apacible pero, a su vez, inquietante; un asesino diabólico enmascarado en ropas de payaso. Si a estos detalles le añadimos fotografías que cobran vida, una casa embrujada y un grupo de niños que tienen que hacer frente no solo a un asesino en serie, si no a sus particulares miedos infantiles y no tan infantiles, veremos en cada capítulo, probablemente no terror, pero sí una absorbente intriga psicológica, emblema inconfundible de la mejor literatura de Stephen King. (Diana Arrufat, 21 de septiembre de 2017)
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