Puede que Lupercia y Basilio se casasen un día enamorados y se jurasen amor eterno. Lo malo es que, después de varios años de vida en común, nuestros protagonistas se aburren el uno del otro y llegan incluso a ignorarse recíprocamente. Duermen en habitaciones separadas y para sobrellevar sus soledades, los dos cónyuges deciden comprarse sendos muñecos de silicona que cubran en lo posible sus respectivas necesidades sexuales. Un domingo por la tarde sorprenden a sus respectivos amantes de silicona haciendo el amor sobre el sofá, frente al televisor.