Una mítica tía de Francesillo, Algadefina, mujer de plurales amores, con un alrededor de amigas brillantes y grandes familias, estas nuevas señoritas de Aviñón -Picasso anda entre ellas en su etapa madrileña-, alborotan la novela de lujo y sexo, hasta que cada una nos va dejando su poso sentimental y doliente, íntimo. En sus largos peseos madrileños, don Migue de Unamuno teoriza viloentamente sobre Dios con el bisabuelo de Francesillo, el narrador, don Martín Martínez, liberal y algo masón, que al final de su vida sólo consiente en confesarse con el rector de Salamanca, confesión heterodoxa que es una de las grandes escenas del libro. Todo el fin de siglo, el 98 y el Modernismo pasan por estas vivísimas páginas, desde el regeneracionismo a la guerra civil.