Es Miguel Delibes un alfarero de la palabra, un artesano de historias cotidianas que tienen la fuerza de lo sencillo, de lo insignificante, de lo que está al alcance y es comprendido por todos. La arcilla que maneja Delibes, ésa con la que construye a sus personajes, es arcilla de viejo maestro de escuela, de aquellos que embobaban a los párvulos con sus personajes tan cercanos como asombrosos. Nunca ha vociferado el vallisoletano, no es hombre de patrias ni de himnos, le respetaron porque los imbéciles pensaban que en el silencio no podía estar la Revolución…
En “La hoja roja”, el maestro nos va a contar la corta historia de Eloy, del viejo Eloy, un septuagenario, un funcionario antiguo y recién jubilado, que se encuentra atrapado en el ritual incómodo de lo cotidiano. “A mi ya me ha salido la hoja roja…” repite una y otra vez, como manía de viejo chocho, esa hoja roja que indica que hasta su silencio se va apagando. Y, aunque no trata Delibes la muerte sino como una cotidianidad más de la vida, el día a día de Eloy huele a mortaja y a pan duro, a zapatillas de paño y a orín indiscreto. Es el olor de la vejez, tan impertinente como irremediable… Y, mientras el viejo Eloy se repasa una y otra vez la punta de su nariz con el pañuelo blanco, -evitando el moco líquido e inoportuno-, Delibes no lo llora como su padre literario, sino que, como ha hecho en tantas de sus novelas, lo presenta y nos lo deja, como ejemplo mayúsculo de que aquél que respira aún está vivo, y que ya se le llorará más tarde.
Al otro lado de la novela, como equilibrio –que no viene ser a tanto- Desi, la asistenta provinciana. Veinte años de analfabeta. Veinte años de cárcel cerril en un pueblo donde hasta la plaza es escasa. Llegada a la ciudad con hatillo y ojos interrogantes. Pegada al viejo sin apenas entender sus manías. No hay nada más entre ambos que un salario de cuarenta duros y la compañía, que no es tanta, y que acabará siendo todo.
Una novela, al fin, sobre la existencia y su final, donde parece que nada importa pero en donde todo es imprescindible. Así es Delibes. El viejo maestro. El que fuera sempiterno candidato al Nóbel
hace 7 años
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