En 1883, Theodore Westmark, teniente del ejército de Leopoldo II de Bélgica, llega al Congo para pasar allí tres años. Después dirá que le gustaría ser recordado como el menos excepcional de todos los que visitaron África; que no es un Afrikaforscher – profesor o explorador-, sino un Afrikareisender –un viajero-; que es militar, no científico; un transeúnte en un país extraño que ha recogido sus impresiones de forma sincera y que se limita a informar de lo que ha visto. Y es verdad: habla tanto de las expediciones belgas como de las francesas. Admira a Brazza y se lleva bien con él. Ya no le ocurre lo mismo con Stanley, al que incluso criticará por los actos de crueldad innecesaria de los que es testigo. Dice que Stanley es el Bismarck de los exploradores, el Dr. Peters el típico charlatán, y su ejemplo más noble, Livingstone.