Quienes son poseídos por el odio riegan con rencor los campos de la vida y hacen que brote el dolor. Poco o nada importan los acentos de sus bocas, la nacionalidad de sus armas o la historia heredada. Son rehenes de sus instintos más bajos, prisioneros de sí mismos, siempre tiñen de luto o de sangre sus ideales.
Acostumbrados a una sinrazón de siglos, españoles y vascos, vascos y españoles, existencias ateridas por el mismo frío, hermanos de calamidad en la guerra, perdedores bajo cualquier bandera, tardaron -son muchos quienes aún no lo entienden- en comprender la quimera que siempre fue la violencia: guerra abierta, guerra cerrada, bombardeos crueles, disparos por la espalda, Guernica en llamas, coches volando como aves de paso.
Aitor, Oier o Ainoha, desvíos al borde la existencia, carreteras con cunetas anegadas de cizaña, protagonizan una novela donde cada desgarro se cose a balazos, interpretan papeles terribles en una narración que demuestra el suplicio vivido por quienes eligieron la paz y la podredumbre moral de quienes apuntaron a la frente o a la nuca.
La semilla del odio germinó tiempo atrás, mucho antes de la que guerra civil (1936-39) llegase a tierras vascas. Ciertamente, quienes defendieron su identidad con más ahínco fueron perseguidos hasta ser borrados del mapa. Pero a aquella brutal campaña de exterminio no fueron ajenos los españoles. ¿Cuántos andaluces, manchegos o extremeños corrieron la misma suerte que centenares de vascos? ¿Importa una lengua, una idea o sólo importa la vida?
Una guerra civil como la española, que no parece tener fin, y la violencia sobrevenida en forma de terrorismo articulan una trama intensa en el marco de una sociedad destinada al enfrentamiento.
Savia y salitre no es un mal debut literario, en absoluto, y sobre todo representa un comienzo valiente -es francamente difícil narrar la tragedia repetida durante años, las muertes acompañadas con la música del telediario- pero no deja de ser un inicio. No obstante, la primera obra de Molina Pastor merece una oportunidad. (Jorge Juan Trujillo, 12 de agosto de 2020)