Paraísos oceánicos condensa en una prosa tierna e inteligente estampas coloristas de la vida de su autora a la Polinesia Francesa entre los años 1926 y 1929. Aurora Bertrana, con sus palabras, redujo el mundo. La Polinesia era un lugar remoto, perdido, inimaginable hasta que ella estuvo allí. Hasta que esta periodista zarpó hacia Papeete y empezó a enviar sus crónicas desde Oceanía hacia España. Fue a finales de la década de 1920. Bertrana, con treinta y cuatro años, llegó a aquel lugar exótico, absolutamente desconocido, y durante tres años se dedicó a describir su naturaleza y escribir sobre sus gentes. Hablaba sobre todo de las mujeres, de los matrimonios forzosos, de la maternidad sin contratos, de la sexualidad liberada. Bertrana viajaba porque buscaba y huía a la vez. Desde niña leía a escondidas en la biblioteca de su abuelo porque su pueblo se le quedó pequeño. Escapaba de una vida que su madre intentó confeccionar para ella cuando la enseñó a coser, bordar y hacer puntillas para convertirla en una señorita digna.