El individualismo es una consecuencia de la igualdad civil y política que producen los regímenes democráticos, pero puede ser también el mayor escollo para que la democracia sea satisfactoria. Por eso es un valor paradójico, porque, aunque tendemos a calificarlo peyorativamente, la afirmación del individuo ha significado un progreso para la humanidad. No se trata pues de renunciar al individualismo, basta con hacer compatible el respeto por el individuo con las exigencias de la vida en común, con la necesidad de vivir en sociedad. De ese imperativo deriva la actual atención a la ética: ética aplicada a la política, a la comunicación, a la medicina, a la tecnología, a la empresa... Exigir ética es pedir al individuo un uso de la libertad compatible con los intereses de la comunidad, de suerte que, como nos dice la profesora Camps «hoy el progreso consistirá en la capacidad de mantener la potencia del individuo sin que, al mismo tiempo, éste reniegue de su condición de animal político».