NUNCA FALTARON FLORES recoge la de Julia Rufo, que vivió en primera persona el abuso de los señoritos, la sangría que supusieron las guerras de África, la consabida explotación laboral y la guerra civil. Nacida en tierras onubenses en 1883, pronto abandonó su hogar en Higuera de la Sierra para instalarse en Nerva. Allí, cerca del núcleo minero de Riotinto, sus ojos vieron pasar la historia de España, un reflejo aumentado de la suya propia. Ella arriesgó su vida para salvar las de aquellos que yacían malheridos en fosas comunes; Esperanza la del Moño puso en juego la suya para advertir a los desdichados que figuraban en la lista negra -nunca la limpiadora de un Ayuntamiento guardó en su rodete noticias tan valiosas-. Ambas escondieron el miedo en los bolsillos de sus faltriqueras y sacaron a relucir un valor a prueba de posguerras. No, este libro no representa una obra pensada para el deleite; el editor es otro terrorista del verbo, incapaz de pulir el texto de un principiante. Sin embargo, los grandes directores de cine y los premios Planeta encuentran en estas páginas y en otras similares guiones y argumentos dignos de la gran pantalla y las mejores novelas. Nunca deben faltar flores en tumbas llenas de cuerpos y carentes de nombres; nunca debe faltar la dignidad, y Julia Rufo la hizo suya cuando casi todos huyeron de la decencia.
hace 5 años