Así como en LOS HIJOS DE LA TIERRA, Auel nos familiariza con los descendientes europeos del Australopitecus africano, en LOS CAMINANTES DEL VIENTO, Sarabande nos introduce en la vida de los descendientes asiático-americanos de aquel primer Homo africano que se desplazó por el continente oriental y que llegó hasta América a lo largo de un dramático viaje por la inhóspita tundra siberiana y los hielos de Alaska. La caza es el alma de esta nueva serie. La caza como riesgo, como necesidad y como salvación; la caza como referencia permanente y eje de la existencia de clanes, tribus, grupos y familias de Homo Sapiens de hace varias decenas de miles de años, allá por el Paleolítico, a finales del Pleistoceno, cuando la naturaleza gobernaba a su antojo la tierra y el cielo y el viento era la morada de los espíritus. Veremos cómo los supervivientes del «Pueblo» se desplazaron hacia el Este, atravesando la desolada e inhóspita tundra siberiana, pasando por lo que hoy es el estrecho de Bering -entonces una lengua de tierra- hasta Alaska y dispersándose, con relativa celeridad, por todo el Continente Americano. Los personajes que integran el paisaje humano de esta historia viven en permanente relación con la presencia real, física o psíquica, de un mamut de extraordinaria corpulencia y ferocidad. El mamut es el impulso de las migraciones de aquellas gentes en constante peregrinar por la tundra; el mismo Karana inicia su propia peregrinación en alas del viento: había matado por amor y se pone en manos de la muerte una vez que ha perdido cuanto tenía en la tierra. Al mismo tiempo, Torka y Lonit están viviendo una historia de amor muy singular, síntesis de los condicionantes culturales de la época y de las constantes intemporales en la relación hombre-mujer.