Vincent Van Gogh fue sin duda un gran pintor postimpresionista, precursor del arte moderno. Rara vez, sin embargo, un genio fue tan trágicamente ignorado por sus contemporáneos. Recién después de su muerte a los treinta y siete años de edad, alcanzó la consagración universal. Había nacido en Holanda en 1853. Era hijo de un pastor y tenía inclinaciones místicas, pero rompió con su padre cuando decidió se pintor. Viajó a París y conoció a Toulouse Lautrec, Seurat, Dégas, Pissarro; y a Gauguin, de quien llegó a ser amigo entrañable. Su existencia transcurrió en la mayor contradicción espiritual y penuria económica, entre períodos de lucidez y crisis de locura. En una de ellas, se cortó una oreja; en otra, se disparó a sí mismo con un revólver, y murió dos días después, diciendo: 'La miseria no acabará jamás". En toda su vida, apenas había conseguido vender un solo cuadro, por doscientos francos. Como cruel paradoja, sus obras alcanzan hoy en los remates precios récord en la historia del arte.