Felicitas de Saint-Maxent, condesa de Gálvez y virreina de la Nueva España, fue un personaje fascinante, que vivió a caballo entre el antiguo y el nuevo régimen y ha sido, hasta ahora, increíble e injustamente olvidada.
Hija de criollos de Nueva Orleans, y por tanto de origen y educación franceses, fue una mujer bella, inteligente y promotora de la cultura y las bellas artes a lo largo de toda su vida. La hermosa hija criolla de uno de los colonos franceses más poderosos de Nueva Orleans, vive junto a su familia entre las espléndidas casas de campo y los palacetes de la ciudad que su padre ha adquirido comerciando con pieles, armas y toda suerte de mercancías Misisipi arriba. Cuando la Luisiana pasa inesperadamente en 1763 de manos de la corona francesa a la corona española, la vida de sus pobladores quedará marcada para siempre.
Muy joven y ya viuda y madre, contrae segundas nupcias con el poderoso gobernador español Bernardo de Gálvez, clave en la independencia de Estados Unidos, y que llegó a ser virrey de Nueva España. A su lado es testigo de la ayuda que brindó España a la independencia de Estados Unidos, de la valerosa toma por parte de su marido de la Mobila y Pensacola en la costa de la Florida, o de los abordajes y asesinatos a que los piratas del Caribe someten a los barcos españoles y a sus tripulaciones. Al enviudar de este último, se trasladó a Madrid, donde fue célebre como anfitriona de tertulias en las que participaban ilustres literatos y políticos, por las que llegó a ser tachada de afrancesada y finalmente desterrada.
Criolla francesa de nacimiento y española de adopción, Felicitas de Gálvez pasea por las callejas de una encantadora Habana dieciochesca disfrutando de la opulencia de la Perla del Caribe en su momento más glorioso, y sabe dejar su regia impronta en México desde el primer día en que llega al Virreinato de la Nueva España.