“La mujer del reloj”, de Álvaro Arbina, es una novela histórica que comienza tras la firma del tratado de Fontainebleau por parte de Manuel Godoy, valido de Carlos IV y Gérard Durco, representante de Napoleón. Dicho tratado permitía a las tropas francesas atravesar España para invadir Portugal y debilitar a los ingleses. Las tropas francesas llevaban meses acantonadas en España, viviendo a costa de los ciudadanos que no solo debían alojarles y alimentarles, sino también soportar sus desmanes. En las calles se respiraba incertidumbre y se dudaba acerca de las verdaderas intenciones de Napoleón Bonaparte. El asesinato de Franz Giesler, partícipe de una conspiración que mantiene en jaque al Imperio francés, obliga a su hijo Julián a emprender un largo y peligroso viaje a través del país en guerra. Junto a él recorremos las calles de la Vitoria ocupada, el Cádiz de las Cortes, el Madrid de la hambruna y la isla prisión de Cabrera. La novela nos muestra la guerra en toda su crudeza. No nos habla de las batallas de renombre que pasan a los libros de historia, sino que narra las vivencias de los soldados de a pie. Esos que se dejan el alma y la vida defendiendo su país. El autor nos describe su soledad, su hambre, su miedo a morir solos, sin haber vuelto a ver a los suyos, o sin siquiera saber si siguen vivos. También sus ansias de venganza cuando ganan la batalla y arrasan con todo lo que encuentran a su paso para suplir el sueldo que no han cobrado. La novela también invita a reflexionar sobre las revoluciones sociales. El pueblo tiene el poder de cambiar las cosas, pero su unión es efímera. Como claros ejemplos nos muestra el fracaso de la revolución francesa o las ideas liberales que se defendían en las Cortes de Cádiz, pero que no todos los españoles apoyaban porque muchos ansiaban la vuelta de Fernando VII. Julián es el alma de la novela. Es un joven valiente, audaz, leal y justo como pocos. A lo largo de la novela evolucionará, pero siempre manteniendo esos valores que aprendió de su padre y que defenderá contra viento y marea. Clara, una joven de buena familia con la que el protagonista mantiene una gran amistad, también me ha parecido un gran personaje. Es una mujer de clase alta que aspira a vivir la vida a su manera, sin someterse a los estrictos corsés de la época y que, alentada por grandes heroínas como Agustina de Aragón, luchará por cambiar el destino que otros han decidido para ella. Junto a ellos hay otros personajes encantadores como Pascual, un labriego que era amigo del padre del protagonista; Simón, tío de Clara, que no duda en dejar atrás su sotana para hacer lo que considera justo; o Roman, el artífice de la transformación de Julián de labriego a guerrero. Obviamente hay malvados en la historia. Sin duda, Louis le Duc, general francés, es el peor de ellos. Un hombre sin alma que se mueve por el ansia de dinero y poder, y que no dudará en venderse al mejor postor para conseguir sus fines. Una novela maravillosa en la que la amistad y el amor se imponen a una guerra que unió a los españoles en su lucha contra el invasor, pero que los dividió después en absolutistas y liberales. Y esa división sigue vigente hoy en día. “Tengo por enemigo a una nación de doce millones de almas, enfurecidas hasta lo indecible. Todo lo que aquí se hizo el dos de mayo fue odioso. No, Sire. Estáis en un error. Vuestra gloria se hundirá en España.” José I Bonaparte
hace 3 años